señor, señor

sábado, 17 de octubre de 2020

INFECTADOS DE EGOISMO

No viví la dictadura. No fui testigo de la transición. Ya no tengo abuelas. No conocí a mis abuelos. La historia la leo, porque ninguno de ellos puede contármela. Eso pensé en pleno confinamiento. En cómo lo estarían pasando aquellas personas en pisos interiores, con poco espacio. En convivir con el maltrato. En los ancianos viviendo solos.

Miguel perdió a su mujer un mes antes de que se declarase la pandemia. Llegaba hace unos días con su bastón al hombro y colgando de él, una bolsa de la compra. Me sonrió. Lo sé porque siempre lo hace. Con la mascarilla, ahora miro más a los ojos para ver los ánimos. Me produce ternura. Será porque ha pasado el confinamiento solo. Porque su mujer falleció hace poco. Porque quiero ayudarle, pero él no se deja. Pero por si le sirve, le sigo preguntando. 

La semana pasada Miguel estaba sentado en el banco del parque. Mirando a la gente pasar. Con su gorra, su bastón apoyado sobre sus piernas y esa sonrisa. Me pregunto qué piensan esas personas mayores sentadas en los bancos viendo a la gente pasar. Contamplando el tiempo caminando entre las personas. Me acerqué y hablamos del tiempo brevemente, porque estaba refrescando. 

 

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Me acuerdo de Miguel cuando se habla de las residencias. Y de mis dos abuelas. De mi tía que me contaba historias de su infancia con mi padre, para que pudiese visualizar aquello que nunca pude preguntarle, porque se fue demasiado pronto. Algo que le agradeceré a mi tía siempre y que quedará en mi memoria. Su tono cálido al hablar de sus travesuras, sus chistes, la vida con su madre viuda. Las decisiones difíciles. Todo eso que les hizo ser lo que son. 

Por eso me resulta doloroso ver cómo se ha tratado a la gente mayor. El uso de las personas. Su politización. No pasa nada ¿verdad? Ya han vivido suficiente y ahora ya no están. Qué más da. Los protocolos de selección de pacientes me producen asco. Medicalizaron hoteles privados y dejaron las residencias desatendidas. Rechazaron la ayuda de la UME hasta que fue tarde y entonces, se encontraron con ancianos muertos desde hacía varios días. Alguien decidió que no merecían la pena. Como cuando el médico nos dijo a mi madre y a mi que a mi abuela le quedaban dos meses de vida, porque con esa edad no merece la pena hacer nada. Bueno, en este caso, era una realidad, pero terriblemente expresada. Le advertí al médico que estaba hablando de mi abuela, no de una mesa.

Nuestros mayores no son mesas ni sillas que puedes enviar al servicio de recogida de muebles antigüos. Vi a varias personas llorando en un reportaje de televisión. Han perdido a sus madres o padres en residencias. Solos, confusos, con dificultades respiratorias, sin respirador, preguntándose porqué no están sus hijos o nietos. Una permaneció tres días muerta en su cama de la residencia. He contemplado personal desesperado, con miedo, frustración y tristeza.

¿Qué significan esas personas para este país? Están cargados de historia, experiencia, lucha. Fueron madres y padres de personas que hoy sufren pensando en cómo se fueron. Siempre pasa lo mismo. En situaciones extremas, mejor olvidar y dejar atrás lo ocurrido para no abrir heridas ¿verdad?

En las redes una mujer afirma que su madre ha muerto por culpa de Fernando Simón. Otro la increpa y dice que es como si en un accidente denuncias al que ha construido la carretera, ha peraltado la curva o al fabricante del coche, por no haberlo hecho más seguro. Y de ahí han pasado a detallar si el accidente había sido por un choque o no. Y se pierde el fondo del asunto.

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Nuestra sanidad, nuestras residencias. Nuestros mayores cargados de nuestra historia. Si mi abuela hubiese muerto así en una residencia, estaría enfadada, triste, defraudada. Me sentiría miserable. Y me preguntaría quién narices ha hecho un protocolo tan despiadado como para dejar morir a ancianos que podían haberse salvado con un respirador, o haber sabido que alguien estaba luchando por salvar su vida hasta el final. Pero se pierde la perspectiva buscando culpables. Competencias por aquí y por allá. Sabemos la verdad, pero se cubre con el manto de la mentira y el rédito político.              

Todo el mundo habla de la crisis sanitaria y la económica. Nadie se plantea la crisis moral. No estás confinado, pero no salgas por responsabilidad, mientras escuchas a otros que viajaron en avión, coche o tren a otros destinos. ¿Están cansados de ser responsables o es que nunca lo fueron? Disyuntiva entre hacer lo correcto por el bien de ese 99% y sentirte triste por hacer lo correcto y no poder ver a tu familia en otra comunidad.

Y también contemplo al personal sanitario. Azotado por las experiencias vividas durante la pandemia. Aquellos que lucharon por salvar vidas, tendieron la mano a los que se fueron y llegaron a sus casas con el alma agonizante. Esos a los que aplaudíamos con energía, porque son héroes. Héroes que olvidamos, porque ya no hay tanta necesidad. Porque ahora tenemos tiempo, quedan relegados a que hagan su trabajo. Héroes que hoy protestan por sus ínfimas condiciones laborales. Falta sentido común en esta situación. Hay escasez de empatía. Merma la capacidad que nos caracteriza como seres humanos.

Y me acuerdo de ese "ésto nos hará cambiar". La política es un arma arrojadiza. Los medios sociales se incendian de odio partidista y de supuestos culpables o almas cándidas que todo lo hicieron bien. La soledad. La imposibilidad de hacer nuestra voluntad. Los que eran egoístas, interesados, oportunistas, conspiranoicos, o miserables, siguen siéndolo. Los políticos continúan suscribiéndose como un ejemplo deleznable. Nos hemos convertido en epidemiólogos, médicos, sanitarios y politólogos. Nos llamamos fascistas o dictadores comunistas. Hemos vuelto a la España de dos bandos, esa que dejaron atrás esos mayores que ya no importan. Seguimos pretendiendo haber curado heridas abiertas, cuando no es cierto que el tiempo lo cura todo. Aplaudimos en nuestras ventanas encerrados, pero hoy que ya podemos sentarnos en una terracita, que salgan ellos, los médicos, a volver a recordar la importancia de una sanidad pública de calidad. La crisis moral donde sólo importa lo que nos importa. Lo nuestro. Lo que está más cerquita. Porque ahora que disfrutamos de la libertad, el miedo responsable se olvida, y con él, aquellos que luchan y se enfrentan a la verdad diaria y aplastante.

 

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 Continuamos agrediendo la unidad que parece ya devastada por la posesión que la política ha tomado en nuestras vidas. Y entre medias contemplamos a un Rey que abdicó huido del país, porque en Arabia Saudí no le pueden extraditar por los delitos supuestamente cometidos. Amantes cobrando herencias en vida, y con la libertad de hablar con 65 millones de euros en el banco que nadie puede quitarle. Caso Dina que sí, que no, que sí. Corrupción que llega hasta la cocina de los populares. Sanitarios manifestándose. Negacionistas hablando de ciencia sin mascarilla. Fiestas como antaño bañadas en egoísmo. No estamos de acuerdo con el cierre de Madrid, pero, por favor, no salgáis. Y nos enfrentamos a la mayor crisis moral, donde los políticos no son ejemplo, y los ciudadanos se ven abocados a tomar decisiones que afectan a todos. Oigo sirenas. Vamos a olvidar que el caldo de cultivo de nuestro nuevo mundo contiene dosis de egoísmo inaceptables.