señor, señor

martes, 8 de mayo de 2018

ERES MALO

¿Qué les pasa a los recuerdos? Se modifican, se desvanecen por momentos y a veces desaparecen. Cuéntame una historia, me dice mi hijo. ¿Sobre qué?, le respondo. Algo de cuando eras pequeña, me responde con los ojos bien abiertos. A veces se trata de una película, otras un libro. De vez en cuando alguna fiesta de cumpleaños, momentos felices, un verano.

Cada vez que mi memoria vuelve atrás hay espacios vacíos que ya no sé llenar. ¿Qué ha pasado? Los recuerdos se mantienen vivos, pero hay detalles que sé que estaban allí y ya no están. Me pregunto si esto es lo que le pasa a una mujer cuando es maltratada psicológicamente. Que los momentos que te ha llamado tonta, gorda, anoréxica o histérica, quedan almacenados en la bohardilla de tu memoria llena de la suciedad del miedo y del polvo de la culpa. ¿Habré sido yo? Definitivamente algo he hecho mal cuando he puesto la piel en esto y me la arrancan a tiras con cada palabra. Y suenan las voces de los que opinan sin saber, llenando de nuevo el corazón y esa memoria selectiva de tristeza. De engaño. De vergüenza. Por haber dejado que pase.

El juicio. El de las personas que se divierten con la alegría de él contando chistes, bebiendo, fumando, buscando putas, inhalando risas. Todos somos iguales, dice él. El de los iguales negando la realidad que les toca, porque sólo se han divertido. Yo te apoyo. Le vitorean, le regalan los oídos. Llenan los de ella de miseria, para no sentir la amenaza de su propia culpa. Ya no hay espacio para ver que hay más allá. Lo demás no importa. Salvan su propia porquería debajo de la alfombra de bienvenido.

Se rió de ti. Pobre tonta confiada. Pobre amor y sueños frustrados. El Amor que un día apostó por la persona equivocada. El pobre es él, pero ella no lo sabe. Todos somos iguales, de nuevo. Y ahora carga con la historia de cada uno. Sostén tu alma con esas palabras y mira a los que te acompañan, sintiendo pena y rabia porque no mereces esto, queriéndote. Nadie lo merece.

La intimidación, las amenazas. Las mismas hablando de lo estúpida que eres. En casa. Con los niños. Limpiando. Sus necesidades. No las tuyas. Sus mentiras. Tu perdón. Su desdén. Tu conformidad. Su miseria. Tu verdad.

Nadie te va a creer, te dice. ¿Qué vas a hacer?, pregunta. Y buscas un atisbo de esa persona. No existe. Llora. Luego insulta. Grita. Más tarde pide perdón. Hace fotos de mentira. Tú sabes que no es real. He cambiado. Lo llevo en los genes. No es mi culpa. Es la tuya. Reproches. Más mentiras. Sinrazón.

La profunda tristeza de ese corazón velado y la memoria a la que ya no recurre, porque duele demasiado. Las palabras. Te quiero. Las lágrimas. Las suyas. Las tuyas no valen nada. Dicen que la voz hace más daño que la mano o el puño. Duelen en la misma proporción. El puñetazo se ve. El insulto sólo deja huella en el alma. No hay radiografía para el alma. Pero ahí se queda.

El primer baño. Esa sonrisa espontánea. Los primeros pasos. Uno, dos, tres. La fiebre. La nocturnidad impuesta. El cansancio. Los pañales. La risa desgarbada. Los gustos. La primera palabra. Un abrazo. Un beso. Lágrimas. Esa mirada. Tu memoria. La suya no guarda nada. 

Yo te conozco. Eres como una flor que fue perdiendo sus pétalos en otoño y se quedó en el invierno demasiado tiempo. Pero no se más. Te quedaste con la bestia en su castillo, esperando a que el cuento se hiciese realidad. Y no hay príncipe. Hubo un momento en que dejé de reconocer quién eras. Hubo un momento en el que tu sonrisa parecía rendida. Hubo un momento en el que ya no había sentimiento y el frío acabó cubriendo tu existencia. El frío que cubría de nieve el enorme y preciado castillo. La Bella y La Bestia.

Camina con paso firme. Eres la dueña. No hay un pedazo de tí que haya muerto, sólo trozos inertes, que así quedaron para evitar el dolor. Ya no hay vergüenza, porque tu no hiciste daño. El dolor tiene una sola fuente que sigue inquebrantable, intentando que parezcas tú "la estúpida" de antaño. 

Las palabras dejaron de servir de soporte de una miseria que duró excesivamente. Tú no hiciste nada malo. Y no hay reproches, porque el sermón quedó de lado cuando decidiste que habías luchado demasiado. La confianza murió. El amor quedó atrás. Las palabras hacen daño, pero no te quiebran en dos. Sólo confirman que tu no hiciste nada malo. Miras de frente con firmeza. Y vuelvo a verte, aunque no sé demasiado. Tu eres buena, le digo. Él es el malo.