señor, señor

viernes, 3 de enero de 2014

INVICTUS

Invicto es aquel siempre victorioso. Aquella persona que nunca ha sido vencida. Pero en esa palabra no va adherida la batalla, la guerra o el conflicto en el más estricto sentido. Más bien se refiere a aquellos que pese a las adversidades, han sabido mantener su dignidad, su fuerza y han vencido a las argucias nocivas del destino.

Mis últimas lecturas han tenido mucho que ver con la historia del holocausto judío y la vida en las cárceles. Ambos son ejemplos de supervivencia en circunstancias carentes de libertad y extremas, a las que no me he visto avocada, por suerte. Digo esto porque en ciertos casos la casualidad, el infortunio o la providencia, según sus protagonistas, pudieron ser motivo de tener que atravesar determinadas situaciones. Los testimonios de aquellos que las han sufrido, me han ayudado a comprender algunas actitudes, a sopesar la forma de encarar ciertos asuntos y a que el perdón te ayuda a continuar sin una losa a la espalda. 

La vida es una constante lucha por la supervivencia, por la conquista del éxito, contra los designios que te impiden cumplir tu meta, por la búsqueda de ese sentido que te hace continuar pese a las desventuras. Para unos es una labor de mantenimiento de lo conseguido, para otros una ferviente batalla por llegar al objetivo deseado y otros pasan su vida como maletas, yendo de un lado a otro sin más matices. Hay millones de formas de vivir. Cada ser humano aplica un sentido a su vida.

Últimamente nos rodeamos de quejas, reclamaciones, ruido distorsionado por aquello que nos pertenecía y nos han quitado. Griterío social que contrasta con esos que conservan más o menos lo que tenían y temen alzar su voz por si aquello les convierte en parte del otro grupo. He oído muchas veces eso de no nos podemos quejar porque aún tenemos trabajo o vivimos por encima de nuestras posibilidades y ahora debemos volver al lugar al que pertenecíamos (no estoy en absoluto de acuerdo con esta apreciación generalista). He escuchado en infinidad de ocasiones eso de pobre gente, ganaban demasiado o tú no puedes opinar porque tu situación es privilegiada.

A mi modo de ver uno tiene todo el derecho del mundo a quejarse de lo que le apetezca, ejercer su libertad de expresión, que tiene su límite en el respeto hacia el que tienes al lado, y a defender unos ideales, independientemente de tu estatus social. Gritar por lo que piensas es injusto, libera tensiones, te ayuda a conocer otras historias y a situar la tuya propia.

Entre toda esta amalgama de opiniones,  hay historias reales y emociones vivas. Ejemplos de lucha y de motivación. Pero no se trata de empezar el año ahondando en las desgracias ajenas, sino determinar la actitud que te hace superarlo.

En toda desgracia, sea de la índole que sea, puede que haya unas fases por las que se pasa, dependiendo de cada situación. Creo que la primera es la de absoluta incredulidad y shock; la segunda consiste en asumir los hechos y todo lo que conlleva; la tercera crea el mecanismo para superarlos y la cuarta consiste en vivir con ello. Aquel que consigue coexistir con su destino, sea cual fuere, de forma digna y desafiando la desazón, es invicto. Y de alguna forma tenemos que encontrar la forma de sobrevivir y de encontrar nuestro sentido en la vida. Aquellos que han pasado por situaciones indescriptibles, han encontrado la forma de no perder de vista la meta y la lucha, ayudados también por el espíritu de colaboración y de pugna de los que le rodeaban.

El otro día una persona me dijo que pedir era arrastrarse. Yo creo que la forma en que solicitas ayuda es lo que dignifica la situación. No se es más o menos persona por necesitar protección y subsidio de los demás o no haberlo requerido nunca. El ser mediocre es aquel que sólo se tiene en cuenta asimismo y marca su objetivo corriendo hacia un camino que despejará de la forma que sea, para alcanzar un objeto que, en mi opinión, siempre se quedará corto. Su montaña nunca tendrá cima o cada vez estará más alta, de manera que nunca verá la cumbre. Su sentido de la vida se disipará y sólo vivirá para alcanzar lo inalcanzable. Me niego a pensar que estamos en este mundo para ser mediocres.

Nelson Mandela llevaba consigo en la prisión de Robben Island un poema que supongo le inspiró para continuar adelante y creo que le ayudó para no olvidar su sentido de vida:

Más allá de la noche que me cubre,
negra como el abismo insondable,
agradezco a los dioses, si es que existen,
por mi alma inconquistable.
Caído en las garras de la circunstancia
nadie me vio llorar ni pestañear.
Bajo los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de ira y llantos,
frecuenta el horror de la sombra,
aun así la amenaza de los años
me encuentra y me encontrará sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el maestro de mi destino:
soy el capitán de mi alma.

El poema es del escritor británico, William Ernest Henley, que lo escribió en 1875 desde una cama de hospital. A pesar de las adversidades, del dolor, de la injusticia o de las circunstancias a las que se vea uno avocado, siempre has de ser el dueño de tu destino. Las situaciones desfavorables no deben tomar las riendas de tu vida. Según el psicoterapeuta Viktor Frankl, <<la primera fuerza motivante del hombre es la lucha por encontrarle un sentido a su propia vida.>> El ser humano necesita algo por lo que vivir.

En la película que lleva el título de Invictus (por dicho poema), cuenta cómo Mandela se lo entrega en un papel al capitán del equipo de rugby de la selección sudafricana para motivarle a ganar el título, con el fin de dejar de ser blancos y negros y empezar a ser sudafricanos. En realidad, Nelson Mandela entregó un trozo de un discurso que Theodore Roosvelt pronunció en París el 23 de Abril de 1910. El texto, "Man on the moon", también se refiere a la lucha contra las adversidades y la supervivencia:

“No importan las críticas; ni aquellos que muestran las carencias de los hombres, o en qué ocasiones aquellos que hicieron algo podrían haberlo hecho mejor. El reconocimiento pertenece a las personas que se encuentran en la arena, con los rostros manchados de polvo, sudor y sangre; aquellos que perseveran con valentía; aquellos que yerran, que dan un traspié tras otro, ya que no hay ninguna victoria sin tropiezo, esfuerzo sin error ni defecto. Aquellos que realmente se empeñan en lograr su cometido; quienes conocen el entusiasmo, la devoción; aquellos que se entregan a una noble causa; quienes en el mejor de los casos encuentran al final el triunfo inherente al logro grandioso; y que en el peor de los casos, si fracasan, al menos caerán con la frente bien en alto, de manera que su lugar jamás estará entre aquellas almas que, frías y tímidas, no conocen ni victoria ni fracaso”.

Para mí, ambos textos están cargados de valor. Supongo que tienen razón aquellos que esgrimen que sólo se gana cuando se está dispuesto a perder. Pero seguro que cada cual tiene su poema, la motivación, el sentido de la vida que le hace continuar frente a las adversidades. Y es mi deseo particular: ser invictus. Hoy muchos inquebrantables ya no están, pero sí les recordamos como ejemplos de vida, con sus defectos, sus errores y aquellas decisiones incorrectas que tomaron, porque lucharon y vivieron con dignidad e hicieron que este mundo fuera mejor. Para aquellos invictus y a los que hay y que aún nos queda por descubrir...